Después de la noticia de que Daft Punk se separaba y luego de recordar que la película Trainspotting cumplía 25 años de haberse estrenado en cines me llegó una oleada de recuerdos de esa época de mi vida, y me puse a escuchar todas esas rolas que solía cantar y bailar hasta el amanecer en aquellas épocas de mi temprana juventud.
Yo llegué a los 18 años a la CDMX, era una niña fresa provinciana, hija de familia, y mega controlada por mi papá. Fui a estudiar a una de las universidades de mayor prestigio de México: La Ibero. Venía de ser una mega nerd y de estudiar en una de las preparatorias particulares más estrictas casi militarizadas de mi Ciudad natal. Llegué siendo muy inocente, con chofer-guardaespaldas que andaba conmigo para todos lados cuidándome.
Con todo y la necesidad de controlarme de mi papá, en la Universidad Ibero conocí lo que es la libertad, y las ventajas de tener a mis papás lejos, sin que me pudieran controlar. Fue hasta después del segundo semestre de la carrera que comencé a escaparme sin permiso, o inventar mil y un pretextos para quedarme a dormir en la casa de mis amigas para irme de fiesta o antro, como le decíamos, desde el jueves y hasta el domingo.
Era la época en que comenzaba el apogeo de la vida nocturna en el Centro Histórico de la Ciudad de México. En esas épocas se abría un bar nuevo o un antro nuevo cada semana en el Centro.
Recuerdo que veía cada jueves los periódicos para ver qué bar nuevo abría y no perderme ninguno. Eran noches que podíamos pasar literalmente hasta el amanecer de un bar a otro.
Los más famosos del momento eran: La Llorona, La Cúpula, El Barroco, entre muchos otros. Después llegó la famosa «La Perla” que en sus inicios era verdaderamente alternativa. Que era lo que nos encantaba a mis amigos y a mi, “la escena alternativa”. No nos gustaban los antros famosos enormes que oían música pop en español como La Boom. No, yo oía Punk, Rock pesado, Trans, Techo y todo lo que no sonara a Mainstream.
Después llegó el boom de los Antros After Hours, y los antros Queer, Como El Living, el Butterfly, entre muchos otros. Que abrían a partir de la 1 ó 2 de la madrugada para aquellos de carrera larga que teníamos ganas de fiesta toda la noche y para que pudiéramos bailar sin parar hasta entrada la mañana del día siguiente.
Solo un par de veces llegué a salir como a las 10 de la mañana, para encontrar restaurantes abiertos para ir a desayunar. Esos eran todos mis fines de semana, los vivía dormida de día y despierta toda la noche.
Uno de mis antros favoritos de todos los tiempos era El Pervert Lounge. Mi nariz rota es la prueba fidedigna de aquellas épocas de excesos. Donde tuvieron que operarme y quitarme cartílago de la oreja para reparar mi cartílago de la nariz deshecho en un accidente por exceso de velocidad, y de alcohol.
Esa noche salíamos del Pervert Lounge como a las 5 de la madrugada, yo estaba muy borracha y se me ocurrió dejar que otra chava (que ni siquiera era amiga mía) manejara mi carro, porque pensé que estaba más sobria que yo, la chava que jamás volví a ver después de esa noche, venía tan cruzada con cocaína que chocó a dos malditas cuadras afuera del Pervert, en la esquina de la calle de Bolivar con Isabel la Católica, chocamos contra un taxi, el chofer acabó en el hospital, yo salí volando contra el cofre, y me golpee la nariz cabrón, no sangré pero se me puso negra y con una bola. Esa noche ha sido de las más terribles de mi vida, tan solo tenía 19 años de edad. Mi papá que llegó como a las 9 de la mañana de ese día fue quien resolvió todo el tema. Ese día le di Gracias a Dios que mi papá fuera abogado.
Pero eso no me detuvo a seguir saliendo de fiesta y de copas sin parar por lo menos los siguientes 6 años de mi vida. Solo aprendí que aunque estuviera super borracha, si alguien iba a chocar mi carro esa tenía que ser yo y nadie más.
Eran finales de los 90’s, la noche comenzaba en el Bar Milán alrededor de las 11 PM para empezar a tomar las primeras cervezas de la noche y calentar motores. A veces previamente ya habíamos tomado algunos drinks en la casa de alguien o en mi depa de soltera.
El Bar Milán era casi obligatorio ir todos los jueves, después a veces íbamos al Colmillo, otras veces al Bull Dog de Sullivan, mi favorito, siempre atascado, y siempre con un mega ambiente, que casi siempre te encontrabas a algún artista rockero del momento, llegué a ver a muchos; Erik Rubín, Alejandra Guzmán, Fobia, los Tacubos, recuerdo bien que allí vi por primera vez a Molotov cuando apenas empezaban y eran unos completos desconocidos.
Lo mejor del Bull era que las mujeres no pagábamos ningún cover y era barra libre toda la noche. Esos eran en verdad buenos tiempos de excesos. Los hombres eran los únicos que pagaban, porque básicamente ellos íban a ligar si o sí, así que tenían que pagar.
En el Bull Dog de Sullivan éramos como una gran familia, habíamos algunos que íbamos sin falta cada fin de semana; jueves, viernes o sábado, y muchos nos saludábamos sin conocernos porque nos veíamos cada semana.
Con la primera canción de Daft Funk; “Around the world” me acuerdo de un un galán que tuve guapísimo, lo conocí en el Bull Dog, literalmente le declaré mi amor porque llevaba meses viéndolo cada fin de semana. De ahí nos hicimos inseparables. Siempre lo saludaban afuera de los antros, y a veces lo confundían con Bono, el vocalista del U2, ja ja ja, lo sé, juro que no exagero, tenía el pelo largo, negro, rockero, todo el paquete perfecto que nos gustaba en esas épocas a las niñas alternativas de la ibero, estudiaba Diseño Industrial en la UNUM, una universidad que ya ni existe. Con él fui a montón de bares, antros, discos, fiestas, etc. etc. etc. y con él tengo una larga colección de aventuras desenfrenadas. Un par de veces me sacó cargando del Bull, alguna otra vez tuvo que sacarme del baño de mujeres porque me había quedado dormida, y el pobre espantado no me encontraba que tuvo que meterse a buscarme.
Después se nos hizo costumbre hacer un recorrido que era empezar en el Milán, después ir al Bull Dog para rematar en el Pervert Lounge, y si nos quedaban ganas acabábamos desayunando en los churros del Moro o algo parecido.
No había fiesta que me perdiera, no había inauguración que me perdiera.
Acabando la Universidad, por ahí del año 1998 mi mejor amiga que venía de Texcoco y yo que venía de Toluca nos urgía poner nuestro departamento de solteras y dejar de estar haciendo circo maroma y teatro para salir de fiesta y de antro cada fin de semana.
Porque antes de tener nuestro depa algunas veces yo desde Toluca, iba por ella a recogerla a Texcoco, luego iba por otra amiga a Satélite, ó a donde fuera, porque yo era la única que tenía coche permanente, para después acabar en la inauguración de algún antro nuevo en el centro Histórico, siií qué locura, pero eso lo hice muchas veces. Y aún me quedaba energía para ir de fiesta al día siguiente. Muchas veces nos organizábamos para quedarnos a dormir en la casa de alguna amiga donde le dieran permiso de llegar lo suficientemente tarde. Así nuestros papás jamás se enteraban de a qué horas acabábamos.
Y así recorríamos montón de antros; Rockstock, la Diabla, Rockotitlán, el Medusas, entre otros.
Yo solo tenía escasos 22 años cuando pusimos mi mejor amiga y yo nuestro departamento de solteras en la colonia Roma. Las dos ya trabajábamos, y ya podíamos mantenernos sin necesidad de pedirles dinero ni permiso a nuestros papás, y mucho menos informarles de nuestras actividades.
Ese depa se convirtió en un Búnker de todos nuestros amigos de la universidad, éramos de las pocas que teníamos depa de solteras. Todo mundo llegaba, a todo mundo le prestábamos llaves, hacíamos comidas, cenas, fiestas, le dábamos posada a todos nuestros cuates. Todavía recuerdo llegar de la fiesta en la mañana y encontrarme a algún amigo de la universidad saliendo porque mi amiga había tenido fiesta o porque le había dado posada a alguien.
Si ese departamento hablara podría escribir todo un anecdotario de todas las locuras y aventuras que vivimos en ese lugar. Estaba en la calle de Tepic, entre la Av. Monterrey y Tonalá, era antiguo de techos muy altos, con dos pasillos largos, tres habitaciones y una cocina chiquitita. Muchas veces despertaba en mi cama sin acordarme mucho de qué había pasado la noche anterior, o cómo es que había logrado llegar hasta mi casa y hasta mi cama.
En esas épocas hice de todo, ir a Cervantinos, Pamplonadas, pedir raite en la carretera, dormir en el coche, en la calle, amanecer en suites de hotel rodeada de personas, la mayoría apenas conocidos de la noche anterior, siempre ilesa, siempre bien. Eran otros tiempos, claro.
Fuimos a montón de Fiestas privadas que organizaban nuestros compañeros de la Universidad para recaudar fondos para filmar cortos, los hacían en casas enormes en lugares en la zona de Las Lomas, porque íbamos pura gente de la Ibero, la música era lo mejor y el ambiente que duraba toooda la noche. Se llamaban los Cañonetes de Súper Alegría.
Claro, en mi casa mis papás solo se imaginaban lo que hacía porque llegaba todos los domingos únicamente a dormir todo le día.
Por aquella época mis hermanos me decían Monky de cariño (por mi segundo nombre Mónica), que después se transformó en Mondrinky, porque cada vez que íbamos a alguna reunión familiar yo tomaba más alcohol que mis hermanos y que mi papá, y no me emborrachaba. Mis hermanos le decían a mi mamá, -va viste que tu hija toma más que nosotros y aguanta más que nosotros-. Mi mamá se hacía de la vista gorda.
Mi papá estaba tan orgulloso de mi porque ya era independiente tan joven que me regaló su carro Thunderbird Super Cargado. En verdad no sé como no me maté con ese carro por la velocidad en la que manejaba. Una vez en la madrugada saliendo del Pervert aposté con unos amigos a manejar todo Reforma a toda velocidad sin pararme en los semáforos intermitentes con rojo o amarillo. De milagro no pasó nada. Una parte de mi sabía cuál era el riesgo que corría, así es que decidí regresarle el auto a mi papá y preferí quedarme con mi coche viejo, un spirit azul que mis hermanos apodaron el Garrari, porque decían que era como de Judicial.
Cuando vi la película de Trainspotting por primera vez salí shockeada, tenía 20 años, y ya tenía varios amigos que consumían algunas drogas, marihuana principalmente, aunque todavía no llegaban las drogas duras a México, me espantaba la posibilidad de hacerme adicta. En ese tiempo lo que estaba de moda eran las tachas o éxtasis. Lo demás me daba mucho miedo. También a la par empezaban las fiestas RAVES, organizadas en lugares abiertos, abandonados, casonas o lugares no establecidos, que albergaban una cantidad enorme de gente, duraban a veces más de 24 horas, eran fiestas donde todo mundo iba disfrazado de cualquier cosa, casi no había alcohol más que cervezas, porque el sustituto eran los ácidos, las tachas o cualquier droga sintética. Yo solo consumí un par de veces tachas, que me dieron una cruda terrible al día siguiente porque las mezclé con alcohol y juré no volver a consumirlas de lo mal que me sentí.
Yo trabajaba en el canal Once, mi amiga escribía para una revista, casi todos mis compañeros de trabajo eran ex-compañeros de la ibero, entonces mi trabajo se convirtió literalmente en una extensión de la fiesta de la ibero a la fiesta del trabajo.
Pfff, recuerdo todavía que alguna vez llegué en viernes a trabajar en vivo sin haber dormido nada y cruda. Mis jefes me dejaban irme a dormir un rato y regresar recuperada. O me dejaban ir temprano. Todos éramos amigos, y todos nos llevábamos increíble.
Después de un par de años empecé a trabajar en cine haciendo comerciales y películas americanas, y ahí la cosa cambió, las fiestas eran más intensas, más hard core, y por toda la República Mexicana, o donde fuera que estuviéramos filmando.
Ahora a la distancia a veces me sorprendo de todo lo que hice, pero doy gracias a Dios que me tocó vivir una época donde todavía podía hacer muchas cosas en cierto ambiente de seguridad y confianza.
Una época que disfrute al máximo, me divertí al máximo, experimenté al máximo y hoy por hoy forma parte de quién soy ahora.