Hace algunas semanas estaba platicando de manera muy desenfadada sobre la energía femenina y masculina herida con unas amigas, pero la conversación terminó en una discusión justamente por nuestra diferencia de pensamiento con respecto al movimiento feminista. En parte porque creo que yo no me supe explicar correctamente y en parte porque mi amiga tomó demasiado personal mis palabras como si fuera un ataque a ella directamente, que no era mi intención en lo absoluto.
Por eso decidí ampliar y compartir mi opinión y mi sentir al respecto, desde un lugar de respeto, de reconocimiento y validez de todo aquello que difiera de mi opinión.
No me considero feminista y por favor espero que no me mal interpreten porque no me etiqueto como absolutamente nada. Así como tampoco me considero católica, ni cristiana, ni tampoco me considero priista, panista, o de ningún partido político, ni tampoco me considero de derecha, de izquierda, pro vacuna, anti vacuna, ni provida o pro aborto, es más ya ni siquiera me considero vegetariana.
Yo decidí no colocarme ningún título ni identificarme con ningún grupo porque a lo largo de mi camino como terapeuta he aprendido que todas las etiquetas cualquiera que ésta sea, solo separa, genera distancia y muchas veces crea una energía de rivalidad, de lucha, de competencia y de conflicto, porque automáticamente excluye a los otros y crea una separación. Y porque creo que muchas veces al polarizarnos o irnos a un extremo de la balanza corremos el riesgo de volvernos exactamente como aquello opuesto que condenamos. Porque los extremos nunca son la solución y jamás se hallará equidad estando en un polo.
Por supuesto que eso no significa que sea indiferente a la violencia de género, pero más bien creo que la violencia no es solo de género, la violencia es una condición intrínseca al ser humano, que la tenemos en nuestros genes sin importar si eres hombre o mujer. Pues los niños y los hombres también son víctimas y lo sufren al igual que las mujeres. Yo simplemente no estoy a favor de ningún tipo de violencia, ni de ningún tipo de agresión, o injusticia, tan es así que ni siquiera consumo alimentos de origen animal por la muerte y la violencia que hay detrás de esa industria de consumo animal y porque creo que son merecedores de vida al igual que nosotros los seres humanos.
Y eso no significa que no conecto con el enojo, la rabia, el dolor, la angustia, la frustración e impotencia que hemos vivido las mujeres desde hace miles de años en manos del sistema patriarcal y porque yo misma lo he vivido en carne propia en mi casa, con mis hermanos y mi padre. Pero yo creo que el sistema no solo ha dañado a las mujeres, también ha herido profundamente a los hombres en su mundo interno, pero sin mucha consciencia de lo que les ha hecho a ellos de manera menos evidente y mucho más difícil de identificar.
En una cultura donde a los hombres se les enseña desde pequeños frases como “los niños no lloran”, “eres un machito aguántese”, “compórtate como un hombrecito”, se ha cuartado y limitado enormemente la capacidad de un niño a conectar con su esencia más pura que son sus emociones y los ha obligado a encarnar una postura casi como de robot, en donde deben manifestar todo su poder como el siempre fuerte, siempre protector, independiente, proveedor y que siempre debe estar disponible para ayudar, sin darnos cuenta de que ellos también son un ser humano que se puede dar el permiso de sentir miedo, soledad, desazón, tristeza, angustia, que puede pedir ayuda y que además puede comunicarlo sin tener que sentirse débil o atentando contra su propia imagen de hombre digno, fuerte y respetable.
Yo creo más bien que todas las mujeres tenemos una lucha mucho más importante que enfrentar que está en nuestro interior, en nuestra propia liberación interna.
Y valdría la pena reconocer todo aquello que no nos gusta de nosotras mismas; nuestra propia sombra: mujeres que aguantan relaciones tóxicas y codependientes por mantener un hombre a su lado, por un status económico o social, mujeres que enseñan con el ejemplo a sus hijas a que es válido sacrificarse por un hombre, a que tienen que atender a su marido, mujeres que se sacrifican por una familia aceptando su propia infelicidad, la infidelidad, la indiferencia, el maltrato de su pareja como práctica normal, mujeres que ven en otra mujer a su más feroz competencia y que están dispuestas a pelear por un puesto, por un reconocimiento, e incluso por un hombre, mujeres que se encasillan en luchas de poder contra otra mujer, que maltratan a sus hijas en forma de exigencia, que maltratan a sus subordinadas, mujeres líderes progresistas, exitosas, independientes, pero que en el fondo se comportan como un tirano y que más parecen un macho alfa en cuerpo de mujer, mujeres que se embarcan en una lucha contra su propio físico y contra el envejecimiento, mujeres que caen en la trampa de los estándares de belleza impuestos por la sociedad y que enfocan toda su energía en la búsqueda de la perfección física, sin darse cuenta de la baja autoestima y la pobre imagen que tienen de sí mismas y de cómo promueven y fomentan el sistema de pensamiento que lucra al manipularnos de forma muy sutil, mujeres que olvidamos tomar en cuenta los valores más trascendentes como el autoconocimiento, el desarrollo de la consciencia y los valores internos como la compasión, la empatía, la solidaridad, el respeto y la libertad de pensamiento.
Considero que las mujeres necesitamos defender, pelear y luchar por nosotras desde otra trinchera, desde nuestro fuero interno, en nuestras relaciones más íntimas. Hacernos preguntas incómodas que tal vez nos cueste trabajo reconocer como; ¿de qué formas nosotras mismas nos lastimamos? ¿porqué permitimos, cedemos, toleramos situaciones que nos lastiman en nuestra propia casa? ¿somos también agresivas? ¿exigimos aquello que talvez no estamos dando?.
Pues creo que es ahí cuando lograremos entender la importancia de nuestro papel íntimo e individual como mujeres en nuestra sociedad, cuando nos demos cuenta del poder que tenemos internamente, desde nuestro pequeño círculo, cuando hagamos los cambios necesarios internamente, siendo un ejemplo vivo de balance y paz interno, de auto-aceptación, de empatía, de generosidad, de compasión hacia nosotras mismas, cuando nos demos cuenta de que culpar a los demás solo agrandará el resentimiento, el enojo y nos lastimará tanto a nosotras como a todos a nuestro alrededor y cuando logremos darnos todo ese amor, reconocimiento, validación a nosotras mismas será entonces cuando lograremos ver afuera en la sociedad eso que tanto anhelamos, porque será un reflejo exacto de nuestro estado interno, de nuestra propia aceptación, respeto y amor propio.
Yo me pregunto: ¿Qué es lo que queremos de fondo, expresar nuestra rabia, nuestra frustración, nuestro enojo acumulado de cientos de años o queremos detener el ciclo de violencia? ¿queremos justicia y talvez venganza? ¿queremos imponer la ley del talión? o ¿queremos sanar nuestras heridas y con ello sanar el inconsciente colectivo? Porque cuando sostenemos el enojo, el resentimiento y el odio lastimamos nuestro corazón aún más y lastimamos a otros también, pues somos incapaces de ver al otro, de reconocer la humanidad en la otra persona, olvidamos nuestra propia sabiduría interna, nos desconectamos de nuestro verdadero poder y no podemos reconocer que los otros también son víctimas de la violencia, de la injusticia, del odio y de su propio dolor interno.
Debajo del enojo hay miedo, debajo del miedo hay dolor y ahí viene la parte de darnos compasión a nosotros mismas. Invirtamos tiempo, dinero y esfuerzo en sanarnos a nosotras internamente.
Celebremos nuestras diferencias que gracias a ellas nos complementamos unos con otros, reconozcamos que somos interdependientes, pues uno no puede existir sin el otro, ninguno es más importante que el otro y jamás podremos ser iguales, porque ambas energías son completamente diferentes.
Reconozcamos las fortalezas de nuestra energía femenina, saneémosla y mantengamos un equilibrio con nuestra energía masculina, sin darle más fuerza a ese tirano que muchas mujeres llevamos dentro y que no es más que esa energía masculina que necesita ser vista, reconocida y sanada.
Porque somos nosotras las mujeres las que tenemos el permiso de conectar con esos atributos; la sensibilidad, la fluidez, la ternura, la compasión, la intuición, la inspiración que viene de los planos superiores y es ahí donde radica nuestro poder. Hagamos las cosas diferentes, no caigamos en provocaciones, no necesitamos darle la vuelta a la tortilla, porque el poder ya está en nosotros, lo llevamos cargando en nuestro vientre desde que nacimos.
Retomemos nuestro poder como las únicas capaces de ser responsables de nuestra propia experiencia al 100%. No desde el victimismo, sino desde un empoderamiento con consciencia de unidad, que trasciende los polos, el bien y el mal.
Porque de algo podemos estar seguras y eso es que no podemos controlar a otros, pero podemos controlar nuestra propia experiencia y la forma en cómo nos relacionamos con otros, trayendo atención y amor a nuestras propias heridas y por consecuencia a las heridas de los demás.
Solo el Amor, sí aunque suene naíf, tonto o ingenuo, pero solo el Amor con mayúscula, la compasión y el perdón nos dará la libertad, la equidad y la paz en nuestro corazón que tanto anhelamos y solo eso dará el ejemplo y romperá con el ciclo de violencia y de desigualdad.
Y para ello me gustaría compartirles una historia de la vida real que escuché hace unos meses mientras tomaba un taller de meditación para liberar la culpa y el resentimiento.
Esta es la historia de un joven de 14 años que asesinó a otro adolescente para probar a su pandilla que podía hacerlo, esto sucedió en la Ciudad de Washington.
Durante el juicio la madre del muchacho que asesinaron asistió a todo el proceso mientras permanecía en completo silencio, fue hasta que llegó el día del veredicto final cuando el joven asesino fue declarado culpable y a cumplir una condena de 3 años en prisión cuando la madre se levantó de su asiento, lo miró a los ojos y le gritó a lo lejos: “te voy a matar”.
Después de 6 meses la madre comenzó a visitar al asesino de su hijo, él había vivido en las calles y no tenía a nadie que lo visitara, ella era la única visita que tenía, así que empezó a visitarlo cada vez más, a llevarle comida y regalos. Al final de los 3 años de cumplir su condena, ella le preguntó qué haría cuando estuviera afuera, pero él no tenía idea, entonces ella le ofreció conseguirle un trabajo con un amigo, luego como tampoco tenía ningún lugar donde vivir, le ofreció posada por algunos días. Y así pasaron 8 meses en los que vivió, trabajó, comió y convivía en la casa de la madre, hasta que una noche ella le dijo que quería hablar seriamente con él y le preguntó si recordaba cuando le gritó en medio del tribunal que lo mataría, el muchacho le dijo; por supuesto que jamás lo olvidaría.
Bueno pues ya lo hice, contestó ella, yo no quería que el muchacho que mató a mi hijo sin ninguna razón se quedara vivo en esta tierra, yo quería que muriera y por eso te empecé a visitar, te llevaba regalos, te ayudé a conseguir un trabajo y te ofrecí un lugar donde vivir, a eso es a lo que me refería, ese muchacho que ví en el tribunal ya no existe. Y ahora quiero pedirte ya que mi hijo se ha ido y que el asesino de mi hijo también se ha ido, si quisieras que te adopte y que te quedes a vivir aquí en mi casa conmigo. Por supuesto el muchacho aceptó.
Así que la madre del joven asesinado se convirtió en la madre del muchacho que nunca tuvo mamá y que mató a su hijo.
Nuestra capacidad de ver lo bueno y escondido en el fondo de cada ser humano nos hace más humanos.
La sabiduría y la voluntad para poder ver la belleza escondida detrás de cada ser monstruoso con que nos topamos sana nuestras heridas.
“Si no te conozco es fácil odiarte, si te veo a los ojos es fácil amarte.”
Si perpetuamos la energía de resentimiento y de venganza perpetuamos la misma conciencia de violencia y odio.
Y para terminar solo me gustaría citar un pequeño fragmento de un texto que leí hace poco y que es una canalización de Jeshua:
«Los viejos bastiones del poder quebrantarán la resistencia, no por medio de la violencia sino por la tierna energía del corazón. Si el corazón toma la delantera, lo viejo colapsará, no bajo la presión del poder y de la violencia sino bajo la presión del amor.”
Gracias por llegar hasta aquí y gracias por leerme.
Nota final: Mi opinión y mi postura viene desde un largo camino recorrido como terapeuta en sanación espiritual y concretamente trabajando en el desarrollo de la consciencia y el despertar espiritual. Con más de 10 años de experiencia trabajando con mujeres en terapia, en talleres y cursos en los que he visto a decenas de ellas cómo llegan a mi consulta para sanar gran parte por abusos durante sus infancias y que quieren dejar atrás y olvidar todo aquello que las lastimó y que muchas veces fue perpetrado por familiares o personas cercanas. He sido testigo de su proceso de sanación gracias al trabajo amoroso profundo e intenso al poder perdonar y reconocer lo que había detrás de cada experiencia dolorosa, injusta y que muchas veces pareciera que no tiene ni perdón de Dios.